LITERATURA SIGLO XVIII
La literatura en el siglo XVIII tenía
que ser útil, por eso las obras tendrán como objetivo enseñar algo y
predominarán en ellas la razón y no la emoción o la imaginacón. Por eso
nos vamos a encontrar escritores españoles que cultivan la poesía y el
teatro pero en las que se pretende reflexionar y enseñar.
Los escritores mas importantes del siglo XVIII son; Feijoo, Jovellanos, Cadalso, Meléndez Valdés (extremeño), Moratín (teatro), Iriarte y Samaniego (fabulistas)
FÁBULA
Las fábulas son composiciones Literarias breves en las que los personajes casi siempre son personificaciones (animales u objetos que presentan características humanas como el habla, el movimiento, etc). Estas historias concluyen con una enseñanza o moraleja de carácter instructivo, que suele figurar al final del texto.
Los escritores mas importantes del siglo XVIII son; Feijoo, Jovellanos, Cadalso, Meléndez Valdés (extremeño), Moratín (teatro), Iriarte y Samaniego (fabulistas)
FÁBULA
Las fábulas son composiciones Literarias breves en las que los personajes casi siempre son personificaciones (animales u objetos que presentan características humanas como el habla, el movimiento, etc). Estas historias concluyen con una enseñanza o moraleja de carácter instructivo, que suele figurar al final del texto.
EL ZAGAL Y LAS OVEJAS
Apacentando un joven su ganado,
gritó desde la cima de un collado:
«¡Favor! que viene un lobo, labradores».
Estos, abandonando sus labores,
acuden prontamente
y hallan que es una chanza solamente.
Vuelve a llamar, y temen la desgracia;
segunda vez los burla. ¡Linda gracia!
Pero, ¿qué sucedió la vez tercera?
Que vino en realidad la hambrienta fiera.
Entonces el zagal se desgañita,
y por más que patea, llora y grita,
no se mueve la gente escarmentada
y el lobo le devora la manada.
¡Cuantas veces resulta de un engaño,
contra el engañador el mayor daño!
gritó desde la cima de un collado:
«¡Favor! que viene un lobo, labradores».
Estos, abandonando sus labores,
acuden prontamente
y hallan que es una chanza solamente.
Vuelve a llamar, y temen la desgracia;
segunda vez los burla. ¡Linda gracia!
Pero, ¿qué sucedió la vez tercera?
Que vino en realidad la hambrienta fiera.
Entonces el zagal se desgañita,
y por más que patea, llora y grita,
no se mueve la gente escarmentada
y el lobo le devora la manada.
¡Cuantas veces resulta de un engaño,
contra el engañador el mayor daño!
EPIGRAMA
Composición poética breve que expresa de forma ingeniosa un pensamiento satírico o humorístico.
A la abeja semejante
para que cause placer
el epigrama ha de ser
dulce, pequeño y punzante.
Barroco(primeros años del siglo XVIII)
Feijoo
Jovellanos
Cadalso
Movimientos Literarios Neoclasicismo Mendez valdes
Moratin
Savaniego
Iriarte
prerromanticismo
para que cause placer
el epigrama ha de ser
dulce, pequeño y punzante.
Barroco(primeros años del siglo XVIII)
Feijoo
Jovellanos
Cadalso
Movimientos Literarios Neoclasicismo Mendez valdes
Moratin
Savaniego
Iriarte
prerromanticismo
Texto jovellanos contra los toros
Así
corrió la suerte de este espectáculo, más o menos asistido o celebrado
según su aparato, y también según el gusto y genio de las provincias
que le adoptaron, sin que los mayores aplausos bastasen a librarle de
alguna censura eclesiástica, y menos de aquella con que la razón y la
humanidad se reunieron para condenarle. Pero el clamor de sus censores,
lejos de templar, irritó la afición de sus apasionados, y parecía
empeñarlos más y más en sostenerle, cuando el celo ilustrado del
piadoso Carlos III lo proscribió generalmente, con tanto consuelo de
los buenos espíritus como sentimiento de los que juzgan las cosas por
meras apariencias.
Es por cierto muy digno de admiración que este punto se haya presentado a la discusión como un problema difícil de resolver. La lucha de toros no ha sido jamás una diversión, ni cotidiana, ni muy frecuentada, ni de todos los pueblos de España, ni generalmente buscada y aplaudida. En muchas provincias no se conoció jamás; en otras se circunscribió a las capitales, y dondequiera que fueron celebrados lo fue solamente a largos periodos y concurriendo a verla el pueblo de las capitales y tal cual aldea circunvecina. Se puede, por tanto, calcular que de todo el pueblo de España, apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo. ¿Cómo, pues, se ha pretendido darle el título de diversión nacional?
Pero si tal quiere llamarse porque se conoce entre nosotros desde muy antiguo, porque siempre se ha concurrido a ella y celebrado con grande aplauso, porque ya no se conserva en otro país alguno de la culta Europa, ¿quién podrá negar esta gloria a los españoles que la apetezcan? Sin embargo, creer que el arrojo y destreza de una docena de hombres, criados desde su niñez en este oficio, familiarizados con sus riesgos y que al cabo perecen o salen estropeados de él, se puede presentar a la misma Europa como un argumento de valor y bizarría española, es un absurdo. Y sostener que en la proscripción de estas fiestas, que por otra parte puede producir grandes bienes políticos, hay el riesgo de que la nación sufra alguna pérdida real, ni en el orden moral ni en el civil, es ciertamente una ilusión, un delirio de la preocupación. Es, pues, claro que el Gobierno ha prohibido justamente este espectáculo y que cuando acabe de perfeccionar tan saludable designio, aboliendo las excepciones que aún se toleran, será muy acreedor a la estimación y a los elogios de los buenos y sensatos patricios.
Es por cierto muy digno de admiración que este punto se haya presentado a la discusión como un problema difícil de resolver. La lucha de toros no ha sido jamás una diversión, ni cotidiana, ni muy frecuentada, ni de todos los pueblos de España, ni generalmente buscada y aplaudida. En muchas provincias no se conoció jamás; en otras se circunscribió a las capitales, y dondequiera que fueron celebrados lo fue solamente a largos periodos y concurriendo a verla el pueblo de las capitales y tal cual aldea circunvecina. Se puede, por tanto, calcular que de todo el pueblo de España, apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo. ¿Cómo, pues, se ha pretendido darle el título de diversión nacional?
Pero si tal quiere llamarse porque se conoce entre nosotros desde muy antiguo, porque siempre se ha concurrido a ella y celebrado con grande aplauso, porque ya no se conserva en otro país alguno de la culta Europa, ¿quién podrá negar esta gloria a los españoles que la apetezcan? Sin embargo, creer que el arrojo y destreza de una docena de hombres, criados desde su niñez en este oficio, familiarizados con sus riesgos y que al cabo perecen o salen estropeados de él, se puede presentar a la misma Europa como un argumento de valor y bizarría española, es un absurdo. Y sostener que en la proscripción de estas fiestas, que por otra parte puede producir grandes bienes políticos, hay el riesgo de que la nación sufra alguna pérdida real, ni en el orden moral ni en el civil, es ciertamente una ilusión, un delirio de la preocupación. Es, pues, claro que el Gobierno ha prohibido justamente este espectáculo y que cuando acabe de perfeccionar tan saludable designio, aboliendo las excepciones que aún se toleran, será muy acreedor a la estimación y a los elogios de los buenos y sensatos patricios.